Pontevedra, 02 Mayo de 2019
A pesar de los años transcurridos desde la muerte del dictador y de la modélica transición realizada, la fractura social sigue sin cerrarse en España. Tras casi cuarenta años de dictadura y represión, se esperaba que los perdedores fueran de alguna forma compensados, y aunque no hay reparación posible para tanto dolor, al menos se esperaba cierto reconocimiento a su sufrimiento. Como poco, el mismo que se le hizo a los ganadores durante cuarenta años de franquismo.
La transición fue lo que fue, una etapa para mirar hacia delante y dar el paso definitivo a la democracia. Ese paso se dio, pero quedaron muchas cicatrices sin cerrar. Posiblemente se esperaba que fuese el primer gobierno socialista el que de alguna manera reconociera a los damnificados del franquismo con algún tipo de gesto. Pero no fue así.
Felipe González no tuvo tiempo para estos menesteres. Luego llegó Zapatero, y se sacó de la manga la famosa ley de memoria histórica, carente de presupuesto y que solo sirve para enfrentar a unos con otros de nuevo. El PP la utiliza para golpear al gobierno en vez de reconocer cuál es su objetivo prioritario, en cierto modo, porque no están de acuerdo con ella ni la ven necesaria. Y ahora llega Sánchez, que pretende sacar a Franco de su tumba en el Valle de los Caídos, en cuatro días.
Cuando Gobierno decidió que era urgente el traslado de los restos mortales de Franco a otro lugar que no fuese el Valle de los Caídos, me pareció un recurso político propio de partidos sin una clara orientación hacia la realidad. No creo que la tumba del dictador sea una preocupación ni siquiera para el 10% de españoles como para pedir un procedimiento de urgencia.
Al observar los comentarios que sobre este tema se producen a nuestro alrededor, tenemos que echarnos las manos a la cabeza con demasiada frecuencia. Recientemente, en un debate entre tres representantes de diferentes partidos políticos, tuve ocasión de corroborar esta teoría.
Lo más destacado fue escuchar a Diego Gago, concejal del PP en Vigo, cuando empezó a desarrollar un discurso sobre la Guerra Civil y el franquismo absolutamente disparatado, incoherente y, en ciertos aspectos, alarmante. “Mi opinión es: siempre hablamos del 39, y no hablamos del 36 al 39 y de cómo se llega a una guerra civil. Una guerra civil no se propicia así porque sí, hubo una república, hubo una serie de confrontaciones sociales que llevaron a una guerra civil”, expuso el joven político popular.
En primer lugar, es evidente que tiene una confusión preocupante, al referirse al “39” y quejarse de que no se habla del 36 al 39, no dejando claro qué pasó el 39, más allá del fin de la Guerra Civil. Intenta, eso sí, explicar algo que es perfectamente cierto, pero no acierta en su formulación, como es la tensión social y las disfunciones políticas de la II República. No contento, cuando llega a la cuestión de las fosas comunes, su respuesta no defrauda: “No creo que de forma generalizada haya que andar constantemente ni financiando ni yendo al pasado; habrá que analizar cada caso”, concluyendo de este modo su insuperable discurso: “Nunca hablamos de que hay dos bandos y de que, evidentemente, hay un bando que gana y un bando que pierde. Eso es una realidad. En cualquier guerra, hay unos que ganan y otros que pierden”.
No hace falta esforzarse mucho para darse cuenta de que la oratoria y la preparación política e histórica de este joven gallego de 29 años es un desastre absoluto, incapaz de explicar lo que piensa (si es que piensa algo) ni de pensar lo que dice (si es que dice algo más que el argumentario propiciado por el partido).
La reflexión que debemos hacer va más allá de que un concejal joven que posiblemente siga trepando en el partido, haga gala de una mediocridad hiriente. Pero ojo, porque tampoco los otros participantes del debate se mostraron mucho más aseados en sus posturas, pero también son presa de las posturas dictadas por sus partidos.
Podría decirse que el proceso político de responsabilidad y generosidad abierto tras la muerte de Franco y que dio lugar a las primeras elecciones libres en 1977, habría sido muy improbable de tener como actores principales a estas nuevas generaciones de españoles. No observo el sentido histórico ni la altura política necesaria en políticos y miembros de juventudes partidistas que no conocieron (ni de lejos) la dictadura franquista. En algunos casos, ni la conocieron ni la han estudiado remotamente, de ahí la cantidad de idioteces que se dicen en debates sobre el pasado.
Suele recurrirse mucho a la frase célebre del pueblo que no aprende de su historia está condenado a repetirla. En España mucho me temo que conforme ha ido avanzando la democracia, hemos ido desaprendiendo de nuestro ayer más reciente. Un país respetable no puede estar tantos años después de la muerte de un dictador echándose unos a otros a la cara todos los muertos de la guerra y la represión posterior de la dictadura. No se trata de que exista un debate en círculos de historiadores o politólogos: es que se está haciendo política con el cadáver inerte del franquismo.
Las familias que buscan a sus muertos y piden amparo al gobierno para la exhumación de fosas comunes deben de ser reconfortadas y atendidas sin excepciones. El derecho a la memoria y a la reparación es fundamental en democracia. Pero el uso político que hacen ciertos partidos de la II República o de la Dictadura, lo considero un error que no aporta ningún valor añadido a nuestra sociedad pero que, sin embargo, sí contribuye a fracturarla un poco más.
Si nos dedicáramos a debatir sobre la democracia que queremos y cómo conseguirla, quizás los problemas del presente podrían tener prioridad ante los juicios sumarísimos del pasado.
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