Pontevedra, 30 Mayo de 2019
El Rey emérito eligió el mismo día que Carmena y Theresa May para anunciar su retirada y dar el paso de abandonar definitivamente la vida pública. Posiblemente su último acto de servicio haya sido honrar el cadáver de Rubalcaba en el Congreso de los diputados. Juan Carlos ha puesto fin a una vida pública de muchos años de servicio al país y se dedicará de pleno a la privada. Bien es verdad que su vida pública le ha causado siempre menos disgustos que la privada.
Con este anuncio abdica de la abdicación, digamos que es como el epílogo de la abdicación que se produjo hace ya cinco años. Desde entonces, se pueden diferenciar dos etapas diferentes en el trato que la Zarzuela actual le ha dispensado al Rey de antes. Una primera etapa en la que prácticamente fue ninguneado, tratando de ocultarlo más de lo necesario para que no eclipsar al nuevo Rey. De aquel momento hay que recordar su ausencia en el aniversario de las primeras elecciones democráticas en un gesto que, como poco, fue de muy mal gusto. Y una etapa más reciente en la que las heridas se fueron curando.
En un país como el nuestro, en el que nos encanta disparar a todo lo que se mueve y en el que solemos tener muy poca memoria histórica, tendrán que pasar muchos años para reconocerle a Juan Carlos sus méritos, que también los tiene. Es cierto que, como cualquiera, ha tenido luces y sombras, y que las segundas, muchas veces han eclipsado a las primeras. Pero me parece justo quedarnos con las cosas buenas, sobre todo con su decisión y coraje para llevar a España de la dictadura a la democracia. Eso no se lo podemos negar.
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