András, 13 Enero de 2021
Jacobo Martínez era un empleado modélico. Un hombre hecho a sí mismo, que había pasado por todas las áreas de la empresa hasta que, el fundador de la misma, el padre del actual director, le había ascendido al departamento comercial. Su conocimiento del sector le había dotado de una gran experiencia, lo que le reportaba una enorme confianza con los clientes.
Jacobo era más que un proveedor, era un amigo para sus clientes, un solucionador de problemas, y en sus más de treinta años como responsable comercial, nunca había dejado de conseguir los objetivos de ventas, lo cual le proporcionaba, además de la confianza de la dirección, unos suculentos beneficios económicos, un sobresueldo que él solía destinar a gastos extraordinarios, a ciertos caprichos.
Sin embargo, aquel año, el de la pandemia, el del confinamiento, la cosa no había ido como otros años. El mercado, muy condicionado por la terrible crisis sanitaria, había dejado muy tocados a muchos de sus clientes y las ventas habían caído enormemente. Eran malos tiempos, incluso para Martínez, que es como le gustaba que le llamasen.
Por eso, cuando Martínez se presentó ante su jefe para analizar los resultados del año anterior y del primer mes del nuevo año, no tenía muy claro qué decir. No tenía argumentos. Él mantenía su cartera de clientes, pero era evidente que la cosa no iba bien. Por primera vez, en su dilatada carrera, sintió de cerca la posibilidad de que su continuidad en el trabajo se viera truncada. Y cuando su jefe le preguntó, dijo:
- “Verá usted. Las ventas de este mes no han sido las esperadas, pero se trata únicamente de un hecho excepcional y momentáneo. Le aseguro que si todo depende de las medidas que voy a tomar, al final del año, la media respecto al año anterior será positiva. Eso si, le advierto que si no alcanzo el objetivo, no será mi responsabilidad, sino de la competencia”.
Jacobo se había quedado sin argumentos, pero recordó lo que había escuchado en las noticias de la mañana, cuando la ministra de Hacienda tuvo que justificar la subida en el precio de la electricidad. Pensó que un discurso parecido al de una ministra debía ser suficientes para convencer al jefe. Al menos, serían explicaciones sólidas, justificadas, de peso, razonadas... Pero se equivocó, porque a él le exigían argumentos, no justificaciones, y mucho menos que éstas fueran absurdas, como las de la ministra.
La diferencia entre Jacobo Martínez y la ministra, es que él vive en el mundo real, en el de las certezas, en el que te juegas el puesto de trabajo si no consigues los objetivos o, cuando menos, cuentas con razones lógicas y convincentes para explicar las desviaciones, a la vez que propuestas para cambiar la tendencia de las mismas. La ministra (la señora Montero para el caso), por el contrario, puede decir lo que le venga en gana, sin razonar las respuestas, incluso mentir si le viene en gana, porque nadie le va a interpelar y, para el caso de que alguien lo haga, podrá responder lo que le venga en gana o le pase por la cabeza en ese momento.
Fue precisamente gracias a esa “pequeña” diferencia que existe entre ambos, por la que la señora ministra nos soltó una homilía prefabricada, sin contenido y preñada de falacias, a colación por los dos hachazos que las eléctricas nos han metido en el mes de enero. Por eso se permite el lujo de salir por la tangente para no decir que, en realidad, no han hecho nada, y que la culpa de todo es de otros. Y todo ello, a pesar de que pertenece a un gobierno de izquierdas, que tiene por bandera la defensa de los más desfavorecidos y que, cuando estaba en la oposición, se le llevaba la boca pidiendo la intervención del gobierno de turno en el asunto.
Martinez se jugó el tipo, arriesgó y solo su trayectoria en la empresa le salvó esta vez. La ministra seguirá en el cargo pase lo que pase y, como mucho, si el partido al que pertenece perdiera las próximas elecciones, su actual puesto le otorgará un buen curriculum para, porqué no, formar parte del consejo de administración de cualquier gran empresa. ¿Una eléctrica, por ejemplo?
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