viernes, 25 de diciembre de 2020

La eutanasia de los sentimientos

András, 25 Diciembre de 2020

La Navidad es momento de sosiego, propicio para ordenar la cabeza, reflexionar, hacer examen de conciencia y, también porqué no, replantearnos nuestra forma de vida. Hace unos días leí una publicación de alguien anónimo que explicaba su situación personal poco estable, de bajón y poco ánimo, a la que la pandemia había asestado un penúltimo golpe. 


Me sorprendió que, como único aspecto positivo de su situación, indicase que había dejado de sentir y que ello le ofrecía paz y tranquilidad. Mi primera reacción fue visceral, emotiva, de compasión y pena provocada por el padecimiento del protagonista, pero a la vez me inundó un profundo deseo de evitar que algo así me pudiese ocurrir a mí. Pensé que dejar de sentir debía ser, más o menos, como deshumanizarse.


Sin embargo, ahondando en la reflexión, llegué a la conclusión de que cualquiera puede caer en lo mismo, porque existe una escasa diferencia entre la situación del autor del artículo y cualquiera de sus lectores, incluido yo mismo. Esa mínima diferencia estriba en que el autor no sabe a ciencia cierta cuáles son todas las circunstancias que lo han llevado a tal estado de ánimo, a dejar de sentir.


Por eso, sin pretender teorizar sobre un asunto tan serio, ni mucho menos trivializarlo, si asumimos que todos podemos estar así en algún momento de nuestra vida, si sabemos que podemos dejar de sentir, ¿qué nos queda?


Nos queda la vida, y sobre ella sí que podemos reflexionar con conocimiento de causa para buscar su sentido en ella misma. En su calidad, tratando de llenar de contenido la existencia, el día a día, el minuto a minuto, con vivencias, afectos, ilusiones, hechos… No dejando que transcurra anodinamente, como si nuestro tiempo fuera infinito para realizar aquello que siempre nos ha apetecido y nunca hemos materializado. Porque vivir es, en sí mismo, sentir, y quién no siente solo sobrevive.


¿Quién no ha pensado alguna vez que, de saber cuándo iba a morir, llevaría a cabo aquellos planes de vida que desde hace años tiene en mente y nunca se ha decidido a desarrollar por diversas razones? ¿Y por qué no lo hace si tenemos fecha fija?


Cuando vemos una película, o leemos un libro, lo que nos interesa es su contenido, el desarrollo, la riqueza del tema, la dinámica de los personajes, los matices, los coloridos, sus venturas y desventuras, sus amores y desamores, sus sentimientos... ¡Nadie se fija en la palabra “fin”!


Pues hagamos lo mismo con nuestra historia. Ocupémonos más del contenido que del final (que no tiene ninguna sorpresa porque siempre es el mismo). Si vivimos con sentimiento, nuestro destino será un proceso natural, pero si lo hacemos de espaldas a los sentimientos, despreocupados por vivir, nos atenazará la angustia por el tiempo perdido, ya irrecuperable. Y ahí es donde radica la tragedia, en la propia vida no vivida, perdida.


Por tanto, no dejemos nunca de sentir, porque es lo que nos mantiene atados a la vida, y nuestra obligación es vivirla. Todo lo demás es practicar la eutanasia de los sentimientos.


¡Feliz Navidad!


Publicado en PontevedraViva.com el día 25 Diciembre de 2020







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