András, 01 Diciembre de 2020
Estados Unidos ya no es el mejor país del mundo. Posiblemente el más poderoso e influyente, pero cada vez atrae menos a los extranjeros, que solían ver en aquella tierra del nuevo continente la solución a todos sus problemas. Una casa con jardín, un coche, trabajo estable, dinero y la seguridad de poder criar una familia en un ambiente próspero y pacífico. En una palabra, alcanzar el famoso sueño americano.
La realidad dista mucho de aquella idílica imagen que nos han vendido, porque lo de llegar a Estados Unidos y triunfar es una mentira, una quimera, un cuento de Hollywood que nos hemos tragado mil veces y que al final ha terminado calando.
La verdad es que allí ningún extranjero es bienvenido. Su política migratoria no permite contratar a nadie que no cuente de antemano con un permiso de trabajo. Nos han vendido una falsa idea de tierra de oportunidades, de igualdad para todos, cuando lo que subyace es una enorme desigualdad, un racismo crónico, tienen un sistema educativo cerrado a unos pocos y una sanidad pública muy deficiente que obliga a la posesión de un seguro médico poco menos que para sobrevivir.
Por no hablar de la enorme pobreza, que alcanza a 28 millones de personas, de la existencia de diversas leyes que violan derechos humanos reconocidos internacionalmente y que, por supuesto, afectan sobre todo a aquellas personas que tienen menos posibilidades de defender sus derechos ante los tribunales y que son las más expuestas a sufrir abusos.
Es posiblemente esa tremenda desigualdad y la falta de éxito, lo que provoca una gran frustración entre los más desfavorecidos, que los lleva a aferrarse como lapas al populismo nacionalista de Trump quién, precisamente, se acaba convirtiendo en su peor enemigo.
Estos días, el mundo ha estado observando con ansiedad a Estados Unidos por la celebración de su proceso electoral, sabedor de que allí se jugaba buena parte del futuro de muchos países por la influencia que ejercen en las relaciones internacionales. Pero también en este asunto han dejado de ser modelo.
Casi una semana contando los votos mientras se sucedían las sospechas de fraude, y el presidente en funciones acusaba de soborno a su adversario para tratar de sacarlo de su puesto haciendo trampas. Aunque pareciera lo contrario, no se trataba de Venezuela, o de Irán, ni siquiera un país más o menos dudoso de la zona acomodada del planeta. Nos referimos a los todopoderosos Estados Unidos de América.
Y cuanto más nos comparamos, más debemos alegrarnos de haber nacido en esta parte del mundo, en el viejo continente que, con sus defectos, está a años luz de aquello. Cambiemos el sueño americano por la realidad europea, saldremos ganando.
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