Vilanova, 03 Julio de 2019
Puigdemont es un un fanático de las redes sociales. Está todo el día enviando mensajes, colgando fotos y, sobre todo, echando basura sobre el estado español. En realidad, lo hace porque es el único medio en el que puede decir lo que le viene en gana y seguir acusando a España de toda esa retahíla de absurdeces que tiene en la cabeza. Puigdemont se está quedando en un pobre diablo al que ya nadie cree, que ni siquiera él mismo se cree las tonterías que dice y que está obligando a su abogado a hacer un papelón lamentable que roza lo ridículo.
El pasado domingo publicó un texto en el que decía que hace ya casi dos años que no huele su maravilloso mar Mediterráneo, y que la razón por la que no puede hacerlo es porque sigue oprimido viviendo como un rey en Waterloo. Si quiere volver a oler el Mediterráneo lo tiene fácil, solo tiene ir venir a España y presentarse ante la justicia. Quizás en alguno de sus permisos pueda volver a olerlo, e incluso tocarlo.
Ni siquiera de atrevió a ir a Estrasburgo para estar con los miles de independentistas ciegos que se siguen gastando su dinero para apoyarle en una causa que ya no es tal.
Por tanto, arrancó la legislatura europea con todos sus miembros en sus sillones menos uno. El que fue cabeza de lista en las elecciones de mayo pero que no va a poder ejercer porque ha encajado un revés que él esperaba poder torear. El revés consiste en el que Tribunal General de la Unión Europea, que es la primera instancia ante la que cabe recurrir, ha confirmado que como no ha cumplido con los requisitos establecidos en la legislación de la nación a la que él representa, la cual es, mal que le pese, España, no ha sido incorporado a la lista de eurodiputados que ya tienen la condición de tales a todos los efectos.
El fugado Puigdemont cada vez es más caricatura de sí mismo, y cada vez tiene menos palmeros a su alrededor. Nació a orillas del Mediterráneo, pero como siga así, morirá muy lejos.
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