Pontevedra, 05 Junio de 2015
A pesar de que estaba acostumbrado a viajar,
aquella mañana se levantó nervioso y excitado por el viaje. No era la primera
vez que emprendía una salida de casa, pero esta vez le costaba más. Se había
acostumbrado a estar con ellos y en sólo unos pocos meses había recuperado sentimientos
que creía haber perdido. Pero ahora, de nuevo, una salida. Solo eran unos días,
pero los nervios le comían el estomago y le hacían saber que nada era igual que
antes. Le costaba irse, dejarlos a todos aunque fuera por poco tiempo. Volver a
casa le había cambiado la forma de ver las cosas, y ahora, sin haberse ido, ya
los echaba de menos.
Se levantó pronto, como era habitual en él, y más
sabiendo que tenía que viajar. Había estado por la noche ordenando sus cosas y
revisando que no le faltaba nada. La mañana transcurrió rápido, y tras una
comida igual de veloz se fue a la estación. Esa era otra experiencia nueva, la
de viajar en tren. Los cambios que había experimentado en su vida se expresaban
a través del viaje en tren, porque simbolizaba una nueva forma de ver las
cosas, un medio silencioso, tranquilo y sosegado, como él quería que fuese todo
a partir de ahora. El viaje en tren le permitiría pensar, observar y, sobre
todo, reflexionar sobre el motivo de aquel viaje a la capital.
Quería tomarse el viaje para relajarse y aprovechar
para pensar sobre el futuro que le esperaba. Sin embargo, cuando apenas se
cumplía la primera hora de recorrido, se cruzó con su pasado. Aquella visión se
hizo volver atrás porque todo aquello le traía muchos recuerdos no olvidados. Aún
no habían pasado a ese lugar del cerebro en el que algunas vivencias se quedan para
siempre, porque aunque lo intentaba, lo cierto es que no le resultaba fácil.
Habían sido muchos años, muchas experiencias profesionales mezcladas con las
personales de cada etapa vivida con una gran intensidad. Aquella visión lo dejó
melancólico por algún tiempo, pero no mucho porque de nuevo su familia, como
tantas veces, salió al quite con un mensaje telefónico con una foto de sus tres
hijos. La vida continúa y hay que sobreponerse, le dijeron con aquella oportuna
foto. Papá, estamos aquí. Dicen que todos los cambios son para mejor, y este no
iba a ser una excepción.
El viaje en tren era agradable, y el traqueteo del
vagón, combinado con el hermoso paisaje lo hacían todavía más confortable. Sin
prisas, y aunque con algunas pausas, muy confortable.
A las cuatro horas de viaje decidió ponerse a
escribir, dar rienda suelta a su imaginación. Dedicar tiempo inventar frases
con el ordenador, esa pasión dormida durante muchos años en su interior y que
ahora había vuelto a recuperar. Pensó que el tren le inspiraría. Cuando se dio
cuenta el tren entraba en las anchuras castellanas. A punto de entrar el
verano, los campos son verdes y forman una combinación perfecta con las tierras
rojas. ¿Podía haber algo más hermoso para buscar la inspiración? Kilómetros y
kilómetros de cultivos verdes en los que las máquinas de riego sobresalían
airosas destacando poderosas y sabedoras de que todo aquel hermoso paisaje
dependía de ellas. Las condiciones eran propicias para buscar la inspiración.
Encontrarla dependía de él.
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