Arteixo, 10 Septiembre de 2019
Con todos sus defectos, ya quisiéramos aquí una democracia como la británica, donde el primer ministro se ve en la tesitura de tener que convencer no solo a la oposición, sino también a los de su propio partido. Una democracia donde el hecho de pertenecer a unas siglas no garantiza el voto, y donde un ministro puede llegar a dimitir solo por discrepar con su presidente.
¡Casi nada! Y casi igual que en España, donde se vota lo que dice el jefe de turno, sin rechistar ni siquiera saber el asunto de qué trata. Es más, aunque vaya contra los intereses de sus votantes. No hablemos ya de las consecuencias del voto. Envidia democrática es lo que tenemos que sentir.
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