A Rúa Nova, 23 Noviembre de 2019
José Manuel Piñeiro ha estado mucho tiempo alejado de su trabajo por una enfermedad. Lo primero, desde el punto de vista humano, que haya superado su dolencia, esté repuesto y en condiciones de volver al trabajo es una buena noticia para él. Cosa diferente es el aspecto profesional, porque se le podrían poner muchos peros a su labor y, sobre todo, a quienes se lo permiten dejando que ocupe amplias y destacadas franjas horarias en los medios públicos.
Me refiero a los dirigentes de la televisión pública, que no piensan en el interés general y en la función de servicio público cuando programan. Piñeiro hace un tipo de televisión hortera y para gente que no tiene entre sus principales características la reflexión y el cuestionarse el porqué de las cosas. Todo gira en torno a lo de siempre, los chistes fáciles, las orquestas, la comida y, curiosamente, la promoción propia. Y Galicia es, afortunadamente, mucho más que eso.
Piñeiro vuelve a colapsar los minutos en la televisión pública autonómica. Actúa de presentador y de presentado en el mismo programa. Realiza preguntas a invitados pero las responde él. Él es la estrella, se pregunta a sí mismo a través de la coartada de los entrevistados. Es el mejor discípulo de la escuela de Gayoso, personajes narcisistas que hacen del culto a su propio ego su modo de vida.
Su vuelta al trabajo es, por tanto, una mala noticia, porque empeorará la ya muy deteriorada imagen de la TVG. ¿Cómo pudo sobrevivir la programación mientras estuvo de baja? ¿Habrán previsto un posible final de Piñeiro o de Gayoso? Puede que esperan a ese momento para liquidarla y dejar de perder dinero público.
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