András, 04 Febrero de 2021
Antes de la pandemia, cuando veíamos a alguien con mascarilla solíamos pensar dos cosas; que se trataba de alguien muy enfermo, o que era asiático. Porque eran ellos los que, en un acto de responsabilidad social y para evitar riesgos de contagios, las venían utilizando de forma habitual. Nos decíamos: “¡qué rara es esta gente! Ahora pensamos: ¡cuánta razón tenían!
Desde que tenemos encima esta crisis sanitaria, las mascarillas se han convertido en el bien más preciado de las farmacias y, ahora también, sirven como reclamo a los negocios que necesitan potenciar sus ventas. La "nueva normalidad" viene con mascarilla incorporada y todo aliciente para estimular su uso es bienvenido.
Por tanto, ya sea mediante colores, diseños, logos o consignas políticas, la tendencia es ir rompiendo poco a poco la fría homogeneidad que tenían asociadas hasta ahora. Para algunos formarán parte de su fondo de armario, contrastando o yendo a juego con su estilo, y para otros seguirán siendo simplemente un objeto práctico.
Y es que si la mascarilla ha llegado para quedarse con nosotros durante un largo periodo de tiempo y, aunque a medio plazo se pudiera relajar su uso, ya no nos parecerá extraño verla ni utilizarla. Al menos pues, que nos ayude a diferenciarnos del resto, que se convierta en algo más personal. Una manera de intentar humanizar y darle un aspecto algo más amable a lo que no deja de ser una tragedia.
Hay mascarillas patrióticas, reivindicativas, solidarias o, simplemente, diseñadas para darnos un aspecto un poco más alegre, un toque de color a la cara, y parece que es solo cuestión de tiempo que las mascarillas se convirtieran en un accesorio de moda.
Y no pasa nada por ello, siempre y cuando no exista el peligro de perder el foco y que sean un complemento más en el que prime la apariencia por encima de la seguridad.
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