András, 22 Octubre de 2019
Todos los países celebran un día de la patria, un día festivo en el que se ensalza el orgullo nacional, se conmemora alguna victoria militar, la independencia o algo similar. Y todos tienen en común que se trata de un día en el que, la mayoría de la gente se siente orgullosa de su nacionalidad, se enarbola la bandera y se celebra el orgullo de pertenecer a un país, a una cultura, etc...
En todos los sitios menos en España, donde la celebración del día nacional parece algo impuesto e impostado. Aquí se celebra porque lo obliga una norma, la Ley 18/1987, cuyo único artículo dice que “se declara festivo nacional de España, a todos los efectos el día 12 de octubre”.
Como cada doce de octubre, tuvo un desfile militar en la capital, y como cada año, nos estamos acostumbrando a escuchar abucheos, gritos, insultos y menosprecios a los símbolos constitucionales. Si no son los de un lado son los del otro, pero hace mucho tiempo que la fiesta nacional dejó de ser un motivo de orgullo para convertirse en una pantomima, una comedia absurda con la que tirarse los trastos a la cabeza los unos a los otros. La fiesta nacional es solo un festivo en el que librar del trabajo.
Este año no ha sido diferente. El ambiente político crispado en el que vivimos no ayuda. Insultos al presidente del gobierno, los de la oposición no se hablan entre ellos o no acuden al acto, un paracaidista que se estrella contra una farola y es motivo de burla de nacionalistas independentistas, el presidente del gobierno en funciones con cara de funeral, saludos fríos, casi obligados. En definitiva, una situación anómala pero a la vez ya habitual. Es como una reunión familiar en la que las envidias, los
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