Pontevedra, 17 Marzo de 2019
Hoy me he acordado de Saladina. Tiene casi 90 años y me dicen que está muy mayor. Recordé todo lo que viví junto a ella. Conservo grandes y buenos recuerdos de la casa de “O Castro”. Recuerdo la chimenea en la que jugaba a no quemarme. Recuerdo los pilones de agua salada llenos de marisco donde pescaba. La recuerdo a ella con sus botas hasta la rodilla. Recuerdo el piano de Geli donde me gustaba imaginar que era Elton John. Recuerdo el crujido de las escaleras de madera que me llevaban al trastero, un mundo lleno de sorpresas y cosas increíbles.
Recuerdo el olor a leña ardiendo, a almejas crudas en la plancha, a marisco cocido, a arroz con leche. Recuerdo el olor a salitre que lo invadía todo. Olores que me trasladan a una etapa muy feliz. Una etapa en la que todo era de color, donde no había sitio para el blanco y negro. La casa de “O Castro” era un auténtico mundo de sensaciones donde me movía libremente.
En la casa de “O Castro” no faltaba nada pero, sobre todo, abundaba el cariño. Eran buenos conmigo porque era como un hijo más. Por eso, y por otras muchas cosas, los quería tanto. Por eso los quiero tanto. Fui muy feliz allí pero aquello no volverá porque ya no están todos los que éramos.
Saladina sigue viva, Jaime, Mito y Geli ya no están, pero la casa de “O Castro” sigue en el mismo sitio. La casa de “O Castro” era mi casa. Un día de estos, antes de que la vida me dé un nuevo revés, tengo que volver a la vieja casa de “O Castro” para mirar a Saladina a los ojos y darle un abrazo de niño.
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