viernes, 12 de febrero de 2016

Ojalá que exista el cielo

Pontevedra,  12 Febrero de 2016

Tenemos instalada la idea de que hay una edad en la que la gente simplemente aguanta viva, pero no vive. Que alguien de más de 90 años es, en el mejor de los casos, sólo el recuerdo de una mente que funcionó, de un cuerpo que fue productivo, de una memoria que fue veloz. Sin embargo, a medida que la esperanza de vida crece, es cada vez más usual encontrarse con personas longevas que siguen activas y que no están sentadas en una mecedora esperando su muerte. Ancianos que no parecen lo que imaginamos por ancianos, y que viajan, usan la tecnología, estudian y hacen deportes, tanto o más, que muchos jóvenes. Estos son, los nuevos “ancianos jóvenes”.

Una persona muy querida por mí, ya fallecida, solía referirse a los octogenarios de su quinta como “un chaval de mi edad”. La edad pues, no tiene edad. Uno de esos “ancianos jóvenes” es Luisa Señoráns Martínez, que cumplió 95 años el pasado día 26 de enero. En principio no es nada anormal, una mujer gallega, longeva como otras muchas, que goza de buena salud, que mantiene toda su vitalidad y que cuenta con la misma fuerza de hace dos décadas. Cada vez son más las personas que alcanzan edades tan tardías y en condiciones de vida ciertamente muy saludables, con una gran calidad de vida. Por tanto, ella no constituye ya ninguna excepción.

Luisa no es una persona famosa, no tiene un currículum conocido, no sale en los periódicos ni en los medios de comunicación. Es una de tantas personas anónimas que pueblan Galicia, y para las que cada día de su vida ha sido una auténtica odisea. Luisa sobrevivió a una guerra y vivió una postguerra. Ha tenido que ver morir a sus padres, a varios hermanos, a su marido y a un hijo muy joven. Luisa no tiene estudios, pero tampoco le han hecho falta. Desde hace años dice que cada año es el último, pero lo cierto es que cada año es uno más, más que uno menos.

Lo único que diferencia a Luisa de otras mujeres de su edad, y que la hace diferente a todas, es que se trata mi abuela.

Con todos sus defectos, pero también con todas sus virtudes, nunca olvidaré la felicidad vivida a su lado que, sin duda, ha marcado bastante mi forma de ser. Porque es capaz de todo y de nada al mismo tiempo, de hacer daño de tanto quererte; y que se le pueden reprochar tantas cosas como alabarle otras. Pero es mi abuela Luisa. La de la infancia. La de las navidades al lado del fuego jugando a la cartas mientras le hacía trampas al abuelo. La que calentaba el agua con la mano las mañanas de invierno. La que colaba la leche recién ordeñada haciéndome creer que no había nata. La que me protegía del frío pegándome a ella bajo unas sábanas frías y húmedas. La misma que ahora se desvive porque no me falte de nada.

Felicidades abuela, sabes lo que significas para mí. Siempre dices que cada año es el último, y a mí me pasa algo parecido, porque pienso que cada año mío puede ser el último también, y por eso no quería arriesgar a poder acertar y escribirte estas líneas para expresarte mi cariño. A pesar de todas las diferencias que podamos tener, siempre te querré y sé que tú también a mi. Ojalá que exista el cielo para que podamos vernos de nuevo dentro de muchos años y decirnos todo lo que ahora nos callamos.

Publicado en PontevedraViva.com el día 12 de Febrero de 2016


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