martes, 16 de julio de 2024

Vivir sin emociones

András, 16 julio de 2024


Qué difícil le resultaba estar bien. Jacobo llevaba años tratando de darle la vuelta a la cabeza para encontrar su verdadero yo, porque pensaba que el que cada día le acompañaba de un lado para otro, no era él. No podía ser él.


Había llegado a pensar que nunca lo encontraría, que aquella era una empresa imposible de superar porque, como el perro que, cuando trata de acostarse, da varias vueltas sobre sí mismo, a él le ocurría lo mismo, había dado tantas vueltas sobre sí mismo que acabó en el lugar de origen, como al principio. No dejaba de darle vueltas a la cabeza, “¿tanto camino, para qué?”. 


En sus particular camino hacia el sosiego mental, Jacobo había hecho lo más difícil, aceptar la situación y tratar de ponerle remedio. Incluso llegó a pensar que, durante algún tiempo, lo había logrado. Pero no era así, ahora sabía que se encontraba de nuevo en el punto de partida. Tenía la sensación de haber vuelto a la casilla de salida y que todo lo hecho hasta el momento no había servido para nada.


Por el camino había dado pasos muy grandes superando la ansiedad, y la medicación le permitía aguantar el día a día. Sin embargo, en el estado emocional aséptico en el que se encontraba, la realidad seguía imponiendo una crudeza muy dura. Había dejado de emocionarse, y seguía sufriendo. 


¿De qué le servía carecer de emociones si, en el fondo, la angustia continuaba dominando su mente? Vivir sin emociones era la otra cara de la moneda, y le hacía sentirse más vacío, fuera de sitio. Frío, como la muerte. 


Ahora vivía atado a la química, que le había desprendido de las emociones y, lógicamente, de sus consecuencias, pero los problemas que las provocaban seguían ahí, porque no había sabido solucionarlos. La medicina lograba anestesiarlo de los problemas, pero también le había robado las emociones.


El verdadero problema de fondo, al que no había sabido enfrentarse, era la autoexigencia que se imponía y que, de alguna forma, le tenía esclavo desde hacía tanto tiempo. Probablemente, la vida es mucho más simple, pero él se empeñaba en complicarlo todo, buscando siempre un doble sentido que le generaba una tremenda exigencia interna. Exigencia mental y física, provocada por el enorme esfuerzo que se suponía la búsqueda de la perfección en todas las cosas.


En realidad, la vida es un camino muy simple, en el que se producen circunstancias que hacen que nos veamos afectados emocionalmente pero que, en ningún caso, deben significar un freno en el recorrido que debemos hacer. 


Visto así, tan simple, no parecía difícil de entender. Sin embargo, Jacobo no alcanzaba a discernir tanta simpleza. Él vivía queriendo que todo fuera perfecto, al menos a sus ojos, que tampoco eran los únicos que veían el entorno. Y así, evidentemente, no se puede vivir. Se puede, de alguna forma, malamente sobrevivir.


La perfección es un aspecto muy subjetivo, que cada ser humano percibe de diferente forma. Llegar a la conclusión de que sufría por situaciones que solo él alcanzaba a ver de aquella forma era una prioridad, porque podía estar mal por aspectos que, en realidad, eran perfectos. En definitiva, estaba sufriendo por nada, pero él no lo veía. 


¿Qué podía hacer? ¿Tratar de pensar de otra forma? ¿Restar importancia a las cosas banales? ¿Pensar en otra cosa? Todo muy fácil de decir, pero imposible de hacer… para él. Seguiría viviendo igual, en un perpetuo invierno, oscuro y frío, que le perseguía allá donde fuera aunque, en realidad, fuese verano. Su manera de comprometerse fue pensando: “El frío siempre me ha gustado”.

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