A Rúa Nova, 08 Enero de 2020
Las comparaciones siempre son odiosas, porque cada uno es como es y no debe compararse con nadie más que consigo mismo. Esta es quizás la mejor forma de expresarse uno y de no tratar de ser como son los demás porque cada uno somos individuos únicos e irrepetibles.
Algo parecido pasa con los países, que se pueden parecer, compartir algunos aspectos por cercanía cultural, pero cada país es único, tiene cultura y costumbres propias. El problema surge cuando se pretende imitar al vecino porque no se confía en uno mismo debido, sobre todo, a los complejos y la falta de autoestima. Y eso es lo que pasa en España, que solemos tener a quejarnos de lo nuestro y a ver en lo ajeno lo mejor.
Recordemos la famosa comparación con Alemania. Son más productivos, más serios, más trabajadores, más innovadores, más fuertes, más altos... ¡más todo! Esa ha sido siempre la opinión de los españoles respecto a los teutones. Todo lo que procedía de allí, de entrada, ya contaba con un voto de confianza. Y puede que, en parte, tuviera una cierta lógica, pero aquí también tenemos cosas que ellos no tienen. Posiblemente la diferencia es que a ellos les da igual como seamos nosotros, y aquí tenemos un cierto complejo histórico.
El pasado día uno de enero tuvo lugar en Viena el primer gran acontecimiento del año. Nada más y nada menos que el concierto de año nuevo, y es difícil no no caer en la tentación de realizar las odiosas comparaciones que existen entre algunos países, en este caso entre España y Austria.
Resulta conmovedor ver como los austríacos veneran y se enorgullecen de sus grandes hitos culturales. Y no puede uno evitar la dudosa comparación con España, donde las grandes conmemoraciones consisten en torturar animales y en exageradas exhibiciones gastronómicas. Compararnos con los vecinos del norte, que homenajean a ilustres creadores como Beethoven, invita a la reflexión y es algo que nuestra zafia clase política, sin duda la peor de Europa, desconoce.
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