Pontevedra, 22 Enero de 2016
Estamos en
tiempo de cambio en la sociedad española. Durante los últimos años hemos evolucionado
mucho, pasando de aquellos oscuros años del postfranquismo en los que nuestros
padres empezaban a soltarse la melena y a disfrutar de las primeras libertades,
a estos tiempos modernos donde podemos decir que nuestra sociedad se asemeja a cualquiera de las más avanzados en
Europa.
Sin embargo, hay
dos características que nos diferencian de otros países vecinos y que nos
han marcado mucho en esta evolución. Una, el hecho de no haber cerrado bien, de
forma contundente y profunda, la
cicatriz de la dictadura; y dos, el hecho de que la propia sociedad ha avanzado más rápido que sus dirigentes, al menos
que una buena parte de ellos. Vivimos en una sociedad que mira hacia delante,
que se adapta a los cambios y que ve en todo ello simples avances sociales
contra los que no se pude luchar. El
mundo evoluciona, las personas también lo hacen, y hay cambios que llegan sin
pensar apenas en ellos.
Pero en España, los
políticos de la derecha no evolucionan. Al contrario que sus homólogos
europeos, se mantienen anclados a un pasado del que parecen no querer huir. Y
no quieren hacerlo porque se encuentran cómodos así. Juegan a dos bandas, a la progresista y a la rancia. Son el
prototipo de españolito tradicional, de los que defienden la supremacía
masculina sobre la femenina, de los que quieren a las mueres en casa y a los
hombres en el trabajo, los que están contra el divorcio, contra el matrimonio
entre personas del mismo sexo, en contra de la educación y la sanidad pública,
de los que separan a niños y niñas en el colegio; en una palabra, son los españoles “normales” de toda la
vida.
Ahora los
cambios han llegado también al Congreso de los Diputados, con una mayor pluralidad y
sensibilidades de todo tipo. Un lugar acostumbrado a recibir a sus señorías,
todos de buena familia, al menos de familia aparentemente reconocida, con sus
trajes de marca, zapatos caros, gomina para ellos y cardados de peluquería para
ellas, ve ahora como los hijos de
cualquier trabajador, de provincias, sin corbata, con jersey que cubre las
muñecas, coleta e incluso rastas, se ha
hecho con los sillones de los señoritos de toda la vida.
Y esto, aunque parezca trasnochado, para muchos diputados
de la bancada de la derecha, se hace
duro. Ver ahora como cualquiera pude ocupar los sillones de cuero del
Congreso sin más mérito que haber sido votados por los ciudadanos, no lo llevan
bien. Los comentarios de Villalobos, adalid de la renovación en el PP, sobre
los diputados que visten de una forma “menos convencional”, son un reflejo de
ese ancla que mantiene al PP atado al pasado, y se califican por si solas. Que un diputado lleve traje o jersey, que
lleve gomina o rastas no es lo importante señora Villalobos. Lo importante
son las ideas que contienen los cerebros que se esconden tras esos pelos, y en
su caso, bajo ese pelo estirado para tapar las esperadas entradas que le llegan
por la edad, se ve que hay muy poco, a pesar de su pasado como alcaldesa y
ministra, del que a usted tanto le gusta presumir.
En todo caso, que sepa la señora Villalobos que en las rastas de Alberto Rodríguez, que así
se llama el diputado de Podemos, hay menos suciedad que en el partido que la mantiene
pegada al escaño como una lapa. Y mucha menos que entre las gominas de
algunos diputados de su partido, manchados por la corrupción y las ideas arcaicas, machistas y retrógradas.
Publicado en PontevedraViva.com el día 22 de enero de 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario