Pontevedra, 08 Enero de 2016
Alberto Millán era un amigo de la infancia. Un amigo que
conocí cuando yo tenía dos años y él más de cuarenta, y con el que he mantenido
una extraordinaria relación durante toda mi vida. Un amigo con mayúsculas, de
los que se desvivían por ti, orgulloso de haberte conocido y que no se cansaba
de contar a todos tus bondades. Alberto presumía de Galicia, de sus amigos de
Vilanova, y lo hacía sin ningún tipo de medida. Todo lo magnificaba cuando se
trataba de hablar de nosotros, porque significábamos mucho para él. Igual que él
para nosotros. Alberto, madrileño de nacimiento, era vilanovés de adopción, y
lucía con orgullo su medalla de veraneante del año que le fue concedida hace diez
años, a pesar de que no le hacía falta tal reconocimiento para predicar las
maravillas de nuestra tierra por donde quiera que fuera.
Alberto llegó a nuestras vidas en el verano de 1971,
cuando por un viaje personal a las Rías Baixas, el destino le llevó a nuestra
casa por casualidad. Desde entonces hemos vivido una relación de amistad que
nos ha llevado a compartir momentos inolvidables, tanto allí como aquí.
Alberto falleció el día de Reyes en un hospital de la
capital. Rodeado de su familia le llegó su final, y aunque nosotros no estábamos
con él, estoy convencido de que en sus últimos alientos no dejó de pensar en su
querida Galicia y sus amigos gallegos. Alberto se fue físicamente para siempre,
pero nunca lo hará de nuestros corazones. Alberto era un hombre bueno, y como
tal se fue. Descanse en paz donde quiera que esté.
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