Pontevedra, 17 Febrero de 2019
Igual que Javier Arenas en la política, cuando vas a urgencias, sabes cuando entras pero no sabes cuando vas a salir. Después de pasar una noche en urgencias, además de darte de bruces con la realidad de la sanidad, puedes ver muchas historias parecidas a la tuya e incluso peores, y eso es algo que sirve para animarte.
Al llegar, explicas tu caso a una persona que te recibe pero a la que le da igual lo que te pase porque solo es un administrativo. Pero tú entras con ganas de contarle a alguien qué sientes, el motivo de tu visita a urgencias, estás deseoso de que alguien te escuche y te diga que no te preocupes a pesar de que llevas oyendo lo mismo desde hace varias horas.
Sin embargo, la primera persona con la que te encuentras cuando cruzas la puerta de urgencias, está detrás de una ventanilla medio cerrada. Eso no es causal, está así para generar una separación y que sepas que no va a ser fácil acercarte a él. Porque su misión es preocuparse solo de saber si has traído tu tarjeta sanitaria, para luego indicarte, sin tan siquiera mirarte a la cara, señalando con el dedo, que pases a la sala de espera. A la primera, sala de espera.
Después de un rato sentado en una horrible e incómoda silla, donde corres el riesgo de añadir a tus dolencias una lesión de espalda, suena tu nombre y te ilusionas porque piensas que, a pesar de que la sala está a tope, tu caso va a ir rápido porque solo han tardado unos minutos en llamarte.
Iluso. Solo te llaman para pasar el triaje, que es como llaman al proceso por el cual un médico que hace unas preguntas básicas y te clasifica en los diferentes niveles de gravedad. Por cierto, aquí empiezan a hacer aguas los derechos de la famosa LOPD, porque toda la sala se entera de tus dolencias y de tus alergias. Además, es inútil que hables bajo, porque cuanto más tratas de ser discreto bajando el tono de voz, más lo sube el médico.
Vuelves a tu sitio en la sala de espera y ahí comienza la verdadera espera. Ahí es donde te darás cuenta de porqué se le llama a ese lugar sala de espera. Porque vas a esperar, y mucho. La espera que dura horas, varias horas, muchas horas. Acabas con la espalda y el culo destrozado, no sabes cómo sentarte, te levantas, te sientas, hasta que por fin, tu nombre vuelve a sonar y si, esta vez parece que va en serio porque te hacen pasar para una exploración médica, el único motivo por el que has decidido pasar una noche en urgencias.
Cuando los doctores te preguntan qué te pasa ya llevas en el hospital al menos tres o cuatro horas y podrías añadir al verdadero motivo de tu visita algunos aspectos a mayores: ansiedad, cansancio, dolor de cabeza, contracturas diversas en la espalda, etc…
Después de tantas horas esperando, ya no sabes muy bien qué es realmente el dolor principal por el que has ido a urgencias. Pero tras unos segundos de incertidumbre, aciertas a explicar cuál es el dolor que más te duele de todos los que tienes y lo identificas entre los nuevos que se te han reproducido en la famosa sala de espera.
Es verdad que la atención a partir de ese momento es excelente y, teniendo en cuenta la masificación que hay allí dentro, el trato personal y profesional es muy bueno. Entendible para el grado de estrés al que están sometidos todos los que allí trabajan.
No pretendo caricaturizar en exceso la realidad, ni tirar por tierra el Sistema General de Salud porque, para ser justos, tenemos algo que ya quisieran muchos otros países. Solo pretendo sacar a la luz las deficiencias que hay motivadas por los enormes recortes llevados a cabo en los últimos años de crisis. Cuando estás mal (de verdad) no tienes más remedio que acudir a urgencias y, bromas aparte, esperas interminables y hastíos varios, la atención es buena y el personal que tenemos mejor.
Pero tan cierto como eso es que el sistema está virando hacia una posición peligrosa, que podrían en poco tiempo (de no ponerle coto) tirar al traste el sistema de salud que disfrutamos. Medidas como los recortes de personal sanitario o la atención primaria telefónica son la punta del iceberg de lo que algunos pretenden que no es más que fomentar la sanidad privada para que la pague quien pueda.
Un ejercicio muy sano, pasar una noche en urgencias. Recomiendo a los políticos pasar un día en una sala de espera de urgencias, sobre todo al Conselleiro. Seguro que su visión tan triunfalista de la situación mudaría de inmediato.
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