Lisboa, 13 Enero de 2017
Esta semana he leído que Telecinco
ha sumado un nuevo año como líder de las cadenas comerciales y que es la más
vista por quinto año consecutivo. En sí misma la noticia no tiene porqué ser
mala, el problema es que Telecinco bate récords de audiencia con programas de
moralidad dudosa y de una calidad audiovisual lamentable.
La televisión es el opio del
pueblo, y para mucha gente la única vía de escape en una vida vacía de
satisfacciones. Bien utilizada puede ser una ventana al mundo, pero mal usada
puede ser la peor arma de destrucción que nos podamos imaginar. Antes, las
personas se formaban una opinión a partir de la propia reflexión personal y de
la influencia de personas cercanas, además de otras consideraciones morales,
éticas, filosóficas o religiosas. Hoy en día, en la gente pesan más las
informaciones y comentarios que ven en los medios de comunicación. ¿Somos más
libres hoy que antes?. Con la televisión, ¿tenemos una visión real de lo que
ocurre a nuestro alrededor, o la que nos quieren hacer ver?.
Esta influencia es mucho mayor
en los niños, las personas mayores y la gente de bajo nivel cultural, que son
altamente influenciables y a los que se manipula con programas de
entretenimiento fáciles de consumir que adormecen el cerebro.
Y ahí es donde entra en juego
la telebasura, un producto que cumple perfectamente la labor de anestesia. Se
vende una forma irreal de entender la vida, mostrándonos una falsa realidad. Es
como si el espectador fuese capaz de vivir otras vidas, de gente aparentemente
exitosa pero que en el fondo son igualmente manipulables y tienen las mismas
carencias que aquellos que les siguen.
La gente que consume este tipo
de televisión presenta una especie de alienación, perdida de autonomía y estima
personal, para dar por buena la mediocridad y su mente es invadida por una
absurdez y una zafiedad enormes. El espectador queda como en estado de sock
mental, sonámbulo delante de la televisión para engordar las cifras de
audiencia de la cadena.
Lo fácil es quedarse atado a
la telebasura. Para el consumidor esta es la elección fácil, y para el poder
económico y político también, porque tienen claro cuál es el camino que debe
recorrer la población.
Y aunque es verdad que la
decisión última de lo que ve en televisión es individual, debería haber unas
normas mínimas de obligado cumplimiento para todas las cadenas, pero no con el
fin de limitar su libertad de expresión, sino con el objetivo de salvaguardar
ciertos principios morales y éticos y que impidan dañar a quienes no saben
diferenciar lo que de verdad les conviene. ¿Pero qué vamos a pedir a la
Administración si ni siquiera es capaz de conseguir contenidos de calidad en
las televisiones públicas?. El liderazgo con este tipo de producto, es
realmente reprochable.
Publicado en PontevedraViva.com el día 13 de Enero de 2017
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