András, 10 febrero de 2024
Estamos en campaña y eso es sinónimo de promesas, de ilusión. Como si de los Reyes Magos se tratase, los candidatos se afanan en realizar numerosas promesas para que los votantes se decanten por su opción. Prácticamente, vamos a promesa por día; por tanto, teniendo en cuenta que de los 11 partidos que concurren, cinco son los candidatos con mayor relevancia, y que la campaña dura quince días, nos sale que habremos escuchado, al menos, unas setenta y cinco promesas en este tiempo.
Hay de todo, desde las clásicas que solventan los problemas crónicos de la sanidad y la educación, pasando por la típica subvención para cualquier cosa, la recurrida bajada de impuestos y, por supuesto, las grandes obras faraónicas, que no se han puesto en marcha en décadas pero que, de repente, se han vuelto imprescindibles para la ciudadanía.
De todas, la mayoría son cantos de sirena, ilusiones que los propios candidatos saben que no se pueden realizar o que, como mínimo, se necesitarían varías legislaturas para verse materializadas. Por no hablar de que, en cuando alcancen el poder, todo se quedará en papel mojado.
La promesa, esconde una trampa en sí misma, y que les sirve para poder justificar, en el futuro, su incumplimiento. Es verdad que los políticos prometen a sabiendas de que sus incumplimientos no tienen consecuencias, y eso es una enorme ventaja. Pero también es cierto que algunos se afanan posteriormente en buscar justificaciones.
Un argumento muy fácil para estas ocasiones, es el que va ligado a la aprobación de las promesas. Saben que, de no obtener una mayoría absoluta que les permita pasar el rodillo parlamentario, cualquier propuesta deberá ser debatida y aprobada por mayoría.
Por tanto, cada vez que presenten sus propuestas en el pleno, en caso de ser rechazadas por esa mayoría, además de sentir un alivio porque su implantación podría ser complicada, se ven recompensados con la excusa perfecta para ofrecer a su electorado. De ahí surge el famoso “la culpa es de la oposición, que está en contra de todo”.
Pero, ¿quién piensa en eso ahora? Para eso falta mucho tiempo, hay que acabar la campaña, votar, constituir el nuevo parlamento… Ahora estamos en el momento de las promesas, de vender humo y de soltar por la boca cualquier cosa por quimérica que parezca. Los candidatos lo saben y los votantes también pero, igual que la noche de Reyes, ¿quién está dispuesto a perder la ilusión?
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