martes, 20 de febrero de 2024

Guerra de yos

 András, 18 febrero de 2024

Aquella mañana, Jacobo salió de la consulta de la psicóloga como un hombre nuevo. Hacía tiempo que venía sintiéndose diferente, mejor, pero aquel día, cuando su terapeuta le dijo que no tenía que volver, todo parecía diferente. Había llegado el momento que tanto ansiaba, el día que recibiera el alta médica, y el alivio era inmenso, similar al del alumno que aprueba un examen, como si, de repente, un mundo nuevo se abriese delante de él. 


Desde la puerta de la clínica, miró a su alrededor, respiró profundo y echó a andar. Regresó a casa como tantas veces lo había hecho, caminando pero, en esta ocasión, con una percepción muy diferente. Había recorrido aquel camino muchas veces, pero las sensaciones y los pensamientos, no tenían nada que ver con los de entonces.


Jacobo llevaba mucho tiempo mal. Posiblemente, nunca había estado bien, porque su vida había transcurrido por altibajos emocionales muy grandes. Vivía en una especie de montaña rusa en la que, su mal humor, las ganas de nada, el mal carácter y el agotamiento físico marcaban su día a día. En realidad todo se debía a la ansiedad y a un desorden mental formidable. Además, recientemente había sufrido una mala racha con la pérdida del empleo y eso, fue la puntilla. 


Su vida había sido una lucha constante contra sí mismo, y nada le confortaba. El trabajo, la familia, los amigos, nada era suficiente para mantenerse vivo y con ilusión. El verdadero problema estaba en su cabeza, que no le permitía disfrutar de nada, se había convertido en su peor enemigo y le infligía una tiranía de la que no era capaz de librarse. 


Era presa de sí mismo, de su propio yo, por eso siempre pensaba que estaba en un punto de no retorno, de ansiedad y estrés contante que le impedía pensar en positivo y disfrutar de todo y todos los que le rodeaban. Constantemente, su cabeza se ocupaba de pensamientos negativos del pasado y elucubraciones dañinas del futuro.


Jacobo no vivía el presente, su rictus era el de un muerto viviente, un zombi que discurría por el mundo con un ritmo cansino, lento, mirando a su alrededor y dejando su mirada clavada en cualquier cosa que se le interponía, con una apatía y una tristeza de quien carece de ilusión. Aturdido, sin ánimo para nada y sin atisbo de un solo pensamiento positivo, solo cosas negativas y, sobre todo, irracionales, pasaban por su cabeza día tras día.


Pero esta vez todo le parecía diferente. A pesar de que el recorrido era el mismo, las calles eran las mismas, los escaparates en los que solía distraerse eran los mismos, había algo que no era lo mismo. Entonces, mientras caminaba pensó, ¿qué ha cambiado? Y entendió que lo que había cambiado y lo único que era diferente esta vez, era él.


Fue esa la primera vez que comprendió aquello que tantas veces le había repetido la psicóloga, referente a que las cosas tienen multitud de aristas desde las que se pueden observar y que no son lo que realmente parecen, sino como las interpretamos cada uno, como las vemos de forma subjetiva y como las sabemos gestionar en nuestra cabeza. Por primera vez, comprendió porqué, estando en el mismo sitio, todo era igual y diferente a la vez.


Se sentó en un banco de la plaza, sacó su bloc y se puso a escribir, como le gustaba hacer. Esta vez, todo lo que salía de su cabeza era distinto. Mientras la vida transcurría a su alrededor, a su ritmo, a la misma velocidad que meses atrás y que lo haría al día siguiente, él permanecía ajeno a todo, y escribía sus pensamientos en el diario. 


Cuando releía los párrafos que iba redactando, pensó que todo eso hubiese tenido un sentido muy diferente tempo atrás. Estaría anotando pensamientos negativos, viéndolo todo negro y pensando que era presa de una especie de castigo divino porque el mundo  se había vuelto en su contra. 


Jacobo acostumbraba a hacer listas de problemas que le cargaban la cabeza de basura, la mayoría de ellos, solo existentes en su cerebro pero que, a fin de cuentas, le causaban una ansiedad tremenda. Sus neuronas disfrutaban con los problemas que él le suministraba, y si alguno parecía resolverse, enseguida encontraba otro que lo sustituyese. Eran insaciables y le tenían el cerebro totalmente secuestrado.


Él alimentaba su ansiedad con problemas, fuesen o no reales, solo problemas, pensamientos negativos e irracionales. Por eso, su cerebro le tenia preso y Jacobo respondía de forma sumisa facilitándole lo que le pedía día tras día. Y así año tras año.


Sin embargo, ahora no era antes, y sus razonamientos eran bien diferentes, a pesar de que todo lo demás era igual. Ahora entendía que el cambio no estaba en el entorno, sino en sí mismo, en su forma de pensar y en su disposición para absorber y gestionar todo lo que sucedía a su alrededor. 


Pensó que quien estaba allí en aquel instante era su verdadero yo, que llevaba una vida más pausada, sin sobresaltos y sin pensar que todo lo que le podía suceder sería siempre la peor de las opciones posibles. Entendió que había aprendido a pensar y a gestionar sus problemas que, en definitiva, no eran diferentes a los que podía haber tenido anteriormente, pero ahora era él quien los ordenaba en su cabeza, quien le asignaba la importancia que debían de tener y quien determinaba el momento en que se ocuparía de ellos. En definitiva, Jacobo se había hecho con el control de su cerebro y, consecuentemente, de sí mismo. Ahora tenía el poder.


Por eso se quedó allí, sentado, escuchando música y escribiendo. Aquel era un lujo que se podía y debía permitir. Después de todo, ¿a quién le debía algo? ¿Con quién tenía algún compromiso? ¿Quién tenía derecho a exigirle nada? 


La única persona que tenía una deuda con Jacobo, era él mismo. Él era el único que tenía derecho a pedirle cuentas a su yo del pasado, y decirle al yo del presente, que aproveche el tiempo, que haga cosas que no ha hecho y que disfrute de cada minuto como si fuese el último. En definitiva, que viva. 


Aquella mañana, la guerra de yos en la que Jacobo había vivido durante casi toda su vida, finalmente había finalizado con la victoria de su verdadero yo. Con la victoria de Jacobo. 

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