martes, 20 de diciembre de 2022

El peligro de convertir una afición en pasión

 András, 20 Diciembre de 2022

Cada cuatro años, el fútbol cumple con una de las necesidades antropológicas que tienen las comunidades humanas, la de la épica. La épica, que es un género literario en franca retirada, y que se utilizaba para ensalzar el mayor de los sentimientos patrióticos y encumbrar héroes, ha sido sustituida por el fútbol.

Esto es perfectamente apreciable en algunos países, normalmente cuanto más pobres y menos desarrollados. Durante el mundial de Catar, hemos podido ver como se transmitía por parte de algunos un perfecto relato de lo que está pasando, que no es otra cosa que la necesidad de la celebración. La gente necesita válvulas de escape emocionales que les permitan vibrar con realidades que están fuera del día a día, y eso, es terapéutico.

“¿Te das cuenta, Benjamín? El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia… de novia, de religión, de Dios… pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín… no puede cambiar… de pasión”. Esta frase, dicha por Pablo Sandoval por voz del genial actor Guillermo Francella en “El secreto de sus ojos”, es la perfecta definición de lo que es el fútbol para mucha gente, una pasión que convierten casi en su única razón de vivir.

No hay más que ver las locuras que hacen y dicen solo porque su equipo gana un partido. El pasado fin de semana los argentinos ganaron la final de la copa del mundo y, al día siguiente, en la prensa nacional no había una sola referencia a los problemas de verdad que acucian a la población. Nada de nada. Para los argentinos el fútbol se ha convertido en una pasión, y eso no se puede cambiar, situándose por encima de muchas otras cosas, a priori, más importantes.

Admito que los equivocados pueden ser los que criticamos estas cosas. A fin de cuentas, uno se preocupa por lo que quiere, ¿y quién es nadie para hablar por ellos? Y mucho menos, ¿quién soy yo para decidir cuál debe de ser su pasión?

Viendo las imágenes de Catar queda bien a la vista el ardor de ciertos países del cual, posiblemente, muchas personas se sienten enormemente orgullosas. Sin embargo, es precisamente ese ardor desmedido que muchos celebran, lo que hace que esos países sean siempre mediocres. Es curioso ver como la mayoría de la gente celebra la picardía, la vivacidad, la trampa… en definitiva, celebran mofarse y despreciar al otro.

Las reacciones en las victorias son, normalmente, más reveladoras que en las derrotas, y ahí se les ve el plumero a muchos. Que un grupo de futbolistas se comporten como energúmenos, haciendo gala de su escasa educación es, en principio, esperado. Lo que no lo es tanto es el aplauso que desde algunos medios se hace de esa bajeza.

Por eso no funcionan muchos países, porque están llenos de gente que está constantemente tratando de vivir a costa de otros, de mofarse de otros, de estafar a otros.

Los países que mejor funcionan en el mundo, los del primer mundo, no tienen que ver tanto con si son de izquierdas o de derechas o son estados más grandes o más pequeños. Tiene que ver con que si su población realmente acepta las reglas de la sociedad y no se mofa del otro. Los países que son respetuosos y respetan la individualidad de las personas, les va bien. Sin embargo, aquellos que, culturalmente celebran mofarse y reírse del otro, siempre serán países mediocres y con complejo de inferioridad.

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