Pontevedra, 20 Mayo de 2016
El asunto de los refugiados es de una sensibilidad
especial y como tal debería tratarse. Se
ha convertido en un problema de dimensiones formidables y cada país se lo pasa
al de al lado sin asumir apenas responsabilidades. No digamos ya en la
Unión Europea, donde los socios culpan de todo a la propia Unión, que carece de
una política común seria y contundente en esta materia. ¿Por qué no lo hacen?
Probablemente porque no da votos ni beneficios económicos.
En mi opinión, un
emigrante o un refugiado aporta más al país de acogida de lo que recibe de él,
y en cierto modo con esa visión debieran los políticos de asumir y digerir este
asunto. Es decir, viéndolo como algo positivo, dentro de la desgracia que tiene
abandonar tu país por los motivos por los que lo hacen, y no como algo
negativo.
Como casi siempre, los ciudadanos suelen ser más
solidarios y responsables que sus dirigentes, mostrando una mayor implicación
en el tema, al que miran como un drama humano que le pude suceder a cualquiera.
En Europa, nuestros dirigentes tratan a
los refugiados como residuos contaminados que repartirse entre los países, en porcentajes
de carne humana. Vergonzoso. La solidaridad es algo que se menta y aplica
con la boca pequeña y cada uno trata de asumir la cuota más pequeña posible. Consideren
un problema tener que aceptar a tanta gente en un momento en que las economías
están tan maltrechas. En definitiva, antes la pasta, y después las personas.
Nada nuevo.
Europa, como institución, no sólo está siendo insolidaria,
sino que además tiene una visión económica del asunto bastante miope. Aunque
esto no debería sorprendernos, porque la percepción que tuvieron de la crisis y
de sus posibles soluciones han dejado mucho que desear también. La inmigración,
sea de origen económico o político, comporta más beneficios que costes. El
inmigrante consume e incentiva la inversión, impulsa el crecimiento económico y
mejora la renta por habitante en el país de acogida. Por no hablar de las
aportaciones a la demografía y a la cultura. Aporta más en impuestos de lo que
recibe en prestaciones sociales. El propio
Gobierno español, estimaba que durante el primer lustro de este siglo, la mitad
del crecimiento del PIB se debía a la contribución de los inmigrantes. Y
eso son palabras mayores.
Pero en Europa esto no lo quieren ver y han vuelto a
meter la pata en el tema, tratando de imponer una sanción de 250 mil euros por
cada refugiado no aceptado por un país de la Unión. La medida en sí, es ya para
que los europeos nos avergoncemos de nuestros dirigentes. Tratan a los refugiados como mercancía y por tanto, deben tener un
precio. Con la historia de masacres y holocaustos que hemos vivido y
todavía no somos capaces de contar con una política mínimamente decente para
miles de refugiados que cada día se plantan en nuestra puerta. La única solución que se les ocurre es
poner precio al kilo de refugiado. Excelente señores. Estarán ustedes
contentos.
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