Pontevedra, 27 Mayo de 2016
Los democristianos y los socialdemócratas han quedado
fuera de juego en la primera vuelta de las elecciones austriacas. En la segunda,
gracias al voto por correo, se ha decidido la victoria del candidato ecologista
frente al otro candidato, el representante de la extrema derecha. ¿Supone esto una radicalización de la
política? ¿Sería conveniente que los partidos tradicionales de izquierda y
derecha de nuestro país se viesen en el espejo de sus homólogos centroeuropeos?
Y otra reflexión importante, es el hecho de que los modelos políticos ultraconservadores
y de extrema derecha estén avanzando y creciendo como la espuma en Europa. Eso
es que algo se está haciendo mal. Que Austria haya estado a tan solo 31.000
votos de tener un presidente xenófobo, anti inmigración, anti refugiados y, en
una palabra, anti europeo, es para que desde las instituciones europeas y
concretamente desde los despachos de los partidos se reflexione en profundidad.
Lo que está claro es que el modelo bipartidista ha fracasado en Austria, porque los dos
partidos que han gobernado por separado o conjuntamente desde la Segunda Guerra
Mundial, se han hundido. La gran coalición austriaca es una tradición porque
han gobernado juntos el país en numerosas ocasiones. Han conformado la forma de
gobierno más habitual, se han ido apoyando mutuamente, salvo raras ocasiones en
las que incluso han llegado a coquetear con la ultraderecha para librarse el
uno del otro. Pero lo cierto es que Austria ha vivido durante demasiado tiempo
en la gran coalición y ahora lo han pagado. Es decir, no había plan B, porque
cuando los dos grandes partidos de un país gobiernan conjuntamente durante
tanto tiempo, acaban por ser uno solo y en cuanto vienen mal dadas se quedan
sin red y luego sucede lo inevitable, un colapso monumental con una crisis galopante.
El modelo austriaco fracasa por los mismos motivos por
los que podría hacerlo otros modelos europeos, entre ellos el español. La crisis económica a la que no han sabido
hacer frente, la corrupción absoluta de los partidos y las instituciones en
las que se han asentado y el tremendo problema de los refugiados. Esos son los problemas
más comunes.
Además, hay una crisis de representatividad importante,
es decir la ciudadanía no se siente
representada por los dirigentes que les gobiernan. Hay una crisis de
redistribución de la riqueza, se entiende que la equidad en los impuestos se ha
perdido, no pagan más los que más tienen y los estados los mantienen la clase
media trabajadora que carga con todo el peso de la responsabilidad impositiva.
Y finalmente, todo esto nos lleva a una crisis de identidad, que aglutina todos
los problemas anteriores.
España se
enfrenta a unas nuevas elecciones y se habla de un posible acuerdo PP-PSOE a la
vista de las encuestas. Aunque las diferencias entre Austria y España son notables, harían bien en
mirarse en el espejo austriaco si no quieren acabar como ellos.
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