András, 12 Diciembre de 2021
Ha arrancado el último mes del año con dos problemas muy serios amenazando sobre nuestras cabezas. El virus y los precios. El primero, que sigue complicándonos la vida con sus mutaciones. Y los precios, que no paran de subir y subir, en una espiral absurda que amenaza la ya dañada economía de la ciudadanía.
Ambos suponen una grave amenaza para todos, pero los dos suponen también un enorme traspiés para el Gobierno, ensombreciendo aquel idílico panorama que nos pintaban desde la Moncloa cuándo, según el propio presidente, a partir de agosto el virus sería un mal recuerdo gracias a la vacunación, la recuperación económica saldría a nuestro encuentro y la lluvia de millones que llegaría desde Europa, harían el resto.
Sin embargo, seis meses después no parece que estemos mucho mejor. La inflación se dispara, los precios crecen a pasos agigantados casi cada día, las previsiones económicas del Gobierno no las comparte nadie, y el virus, con su nueva variante, supone un nuevo desafío para la ya dañada economía del país.
Ya sabemos cómo se las gasta y cómo influye sobre el tejido económico y el consumo en general. Cada vez que aparece, la bolsa cae, los precios se disparan, el turismo se contrae, y las empresas sufren un enorme traspiés.
Por otra parte, a pesar de que el 90% de la población está ya vacunada, la tan ansiada inmunidad de grupo que nos habían vendido sigue pareciendo una quimera. Ahora resulta que las vacunas actuales no protegen totalmente del contagio y, además, su eficacia ante la proliferación de variantes, resulta bastante dudosa.
Pero si lo importante ahora es que se atajen rápido los contagios para que no se nos compliquen las navidades, podemos estar tranquilos, porque ha dicho el portavoz del partido socialista que si el incremento de los precios llegase a afectar a las familias, ya se ocuparía el Gobierno de actuar de inmediato para protegerlas.
Cómo se nota que a él no le afecta el encarecimiento de los precios que se viene produciendo desde el verano. O puede que sí le afecte, pero que viva en esa realidad paralela en la que se suelen instalar los políticos.
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