Pontevedra, 25 Agosto de 2017
Tras el último atentado yihadista en Barcelona, la
población se ha echado a la calle para gritar “No tenemos miedo”. Pero no
tenemos más remedio que tener miedo, es
inevitable que estemos en estado de shock ante lo que está ocurriendo porque
todos nos hemos convertido en objetivos potenciales del terrorismo.
Ese grito no es más que un conjuro de la sociedad ante un espanto y un horror inexplicable.
Por supuesto que tenemos miedo. Y lo tenemos desde el 11-S de Nueva York, porque
desde ese momento, todos los ciudadanos del planeta estamos amedrentados y
globalmente expuestos a un peligro cotidiano que no diferencia nada y que te
puede pillar en cualquier sitio.
Por tanto, al margen de ese acto reflejo emocional que
tiene mucho más que ver con la necesidad de expresar la rabia, el dolor y la incomprensión de los hechos, en una
sociedad occidental donde se festeja la vida, nos vemos indefensos ante quienes
hacen del culto a la muerte su único fin. Ello hace que nos veamos obligados a
convivir con el miedo.
Los políticos, las fuerzas de seguridad y la ciudadanía hacen
como si nada hubiese ocurrido tratando de mantener el tipo con poses formales
que valen de poco. Pero tras el duelo
inicial llega el momento del morbo para hurgar en las vidas de cada
víctima. Eso es lo que le gusta a la gente, saber porqué aquel se salvó y
porqué aquel otro no se libró.
¿Por qué nadie nos habla de los motivos por los que once jóvenes aparentemente integrados se
radicalizan de forma tan brutal y en un periodo de tiempo tan corto? ¿Qué
tiene de atractivo el ISIS para ellos? ¿Fallan las políticas públicas de
integración?
Nos preocupamos menos cuando los que cometen los atentados
son excluidos de la sociedad. Sin embargo, saber
que son jóvenes integrados y con comportamientos aceptados nos hace sentir más
miedo porque sabemos que cualquiera puede ser el siguiente en cometer un
atentado, y cualquiera el próximo en sufrirlo.
Publicado en PontevedraViva.com el día 25 de Agosto de 2017
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